¿Sabías que desde 1901, cada 29 de Agosto, nuestro país celebra el día del árbol? Fue Estanislao Zeballos quien dio origen del Día del Árbol en la Argentina. El 29 de agosto de 1900, el Consejo Nacional de Educación instituyó esta fecha especial -que se celebra desde 1901. El escritor promovió la celebración para concientizar sobre el cuidado y la protección de las superficies arboladas desde la política pública resaltando la importancia de este recurso natural. Los árboles oxigenan el aire, protegen el suelo y reducen los efectos del calentamiento global, entre otras de sus numerosas y vitales funciones.
En marco de esta fecha tan importante (aunque algo olvidada), mediante un trabajo conjunto entre las Áreas de Ambiente y Educación de la Municipalidad de General Cabrera y la Asociación Mutual Independencia, a través de la campaña “Sembrando Raíces” para la revalorización de nuestra flor nacional del ceibo, se entregaron 17 ejemplares de ceibos a las diferentes instituciones educativas de la ciudad (1 por institución) con la finalidad de que los primeros grados/años, guarderías y jardines de nuestra localidad lo trasplanten en un espacio verde publico de la ciudad para que no quede circunscripto solamente al recinto de institución y se logre concientizar a toda la población.
La flor de ceibo fue declarada Flor Nacional Argentina por Decreto Nº 13.847 del 22 de diciembre de 1942. Previamente había sido seleccionada la magnolia, pero fue descartada por tratarse de una especie exótica, no autóctona de la Argentina.
Los alumnos de los diferentes grados/años firmaron un “contrato” simbólico, apadrinando su ceibo, escogiéndole un nombre propio y responsabilizándose del mismo.
Crece en las riberas del Paraná y del Río de la Plata, aunque se la puede encontrar también en zonas cercanas a ríos, lagos y pantanos. Su madera, blanca amarillenta y muy blanda, se utiliza para fabricar artículos de peso reducido. Sus grandes flores de color rojo (las cuales les encantan a los colibríes) se utilizan para teñir telas, aunque por su vistosidad cumplen también una función ornamental, razón por la cual se la encuentra cultivada en paseos, parques y plazas.
Su nombre genérico es Erythrina, de origen griego (de la voz erythros que significa rojo). Su denominación específica es crista-galli, que en latín alude a la cresta del gallo, también por la semejanza de ésta con el color de las flores. Aunque menos comunes, también existen ceibos con flores blancas (Erythrina crista-galli variedad leucochlora; “Leucochlora” proviene del griego —Leuco— significa ‘blanco’, y —chlora—, significa ‘verde pálido)’.
Alcanza alturas que oscilan entre los 6 y 10 metros (con ejemplares que pueden alcanzar hasta los 20 metros). De fuste tortuoso y poco desarrollado, su corteza es de color pardo grisáceo, muy gruesa y muy rugosa, con profundos surcos. Florece entre los meses de octubre hasta abril, en forma de inflorescencia arracimada.
Hay diferentes leyendas en torno a la flor del ceibo, todas similares con Anahí como protagonista aunque difieren de algunos aspectos. Se trata de una leyenda anónima que data del siglo XV y hace referencia a la llegada de los españoles a estas tierras.
Cuenta la tradición oral que en las riberas del Paraná vivía una indiecita llamada Anahí. En las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños… Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos y su libertad.
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián y huyó rápidamente a la selva.
El grito del moribundo carcelero despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería. Al rato la joven fue alcanzada por los conquistadores. Estos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera. La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que pareció no querer alargar sus llamas hacia ella. La doncella indígena, sin murmurar palabra, sufría en silencio con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.
Al amanecer los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes y flores rojas aterciopeladas en todo su esplendor, como símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.
Fuente: Cancillería Argentina.
El seíbo
Yo tengo mis recuerdos asidos a tus hojas,
yo te aino como se ama la sombra del hogar,
risueño compañero del alba de mi vida,
seíbo esplendoroso del regio Paraná.
Las horas del estío pasadas a tu sombra,
pendiente de tus brazos mi hamaca guaraní,
eternas vibraciones dejaron en mi pecho,
tesoro de armonías que llevo al porvenir.
Y muchas veces, muchas, mi frente enardecida,
tostada por el rayo del sol meridional,
brumosa con la niebla de luz del pensamiento,
buscó bajo tu copa frescura y soledad.
Allí, bajo las ramas nerviosas y apartadas,
teniendo por doseles tus flores de carmín,
también su hogar aéreo suspenden los boyeros,
columpio predilecto del céfiro feliz.
Se arrojan en tus brazos, pidiéndoles apoyo,
mil suertes de lanas de múltiple color;
y abriendo victorioso tus flores carmesíes,
guirnalda de las islas, coronas su mansión.
Recuerdo aquellas ondas azules y risueña
que en torno repetían las glorias de tu sien,
y aquellas que el pampero, sonoras y tendidas,
lanzaba cual un manto de espumas a tu pie.
Evoco aquellas tardes doradas y tranquilas,
cargadas de perfumes, de cantos y de amor,
en que los vagos sueños que duermen en el alma
despiertan en las notas de blanda vibración.
Entonces los rumores que viven en tus hojas,
confunden con las olas su música fugaz,
y se oyen de las aves los vuelos y los roces,
vagando entre las cintas del verde totoral.
¡Momentos deliciosos de olvido, de esperanza!
¡Destellos que iluminan la hermosa juventud!
¡Aquí es donde se sueña la virgen prometida
y es lumbre de sus ojos la ráfaga de luz!
Amigo de la infancia, te pido de rodillas
que el día en que a mi amada la sirvas de dosel,
me des una flor tuya, la flor mejor abierta,
para ceñir con ella la nieve de su sien.
¡Que nunca Dios me niegue tu sombra bienhechora,
seíbo de mis islas, señor del Paraná!
¡Que pueda con mis versos dejar contigo el alma
viviendo de tu vida, gozando de tu paz!
¡Ah! ¡Cuando nada reste de tu cantor y seas
su solo monumento, su pompa funeral,
yo sé que en la corteza de tu musgoso tronco
alguna mano amiga mi nombre ha de grabar!
Rafael Obligado.
Reina Guaraní
Cuenta la leyenda que la luna un día
al calor de fuego lloraba un adiós
y viendo como en sangre roja se teñía
con el sol del alba nacía una flor
¡Anahí! indiecita linda de voz armoniosa
ferviente de lucha reina guaraní
la tierra a tu llanto lo convirtió en prosas
joven fulgurosa como Kuarahy.
¡Anahí! sinónimo de lucha, arraigo y rebeldía
nuestra flor del ceibo roja carmesí.
Lisandro Galván.
Tango – Flor de ceibo
Engalanando el paisaje
con sus racimos escarlata,
junto al arroyo de plata
el ceibo está, fiel guardián.
Flor de mi tierra divina,
roja como un corazón.
Flor que en las trenzas de las chinas
era un adorno coquetón.
Y las gentes de mi tierra
dicen que esa flor encierra
una historia de dolor.
Que allí brotó
de unas lágrimas de amor…
Dicen que era un gaucho bueno,
de mirar franco y sereno,
generoso y fiel varón,
derecho en el amor
y todo corazón.
Y que por bueno y honrado
lo traicionaron a escondidas.
Pudo cobrarse dos vidas
y en cambio dio su perdón.
Junto al arroyo callado
su desventura lloró.
Y de sus lágrimas de sangre
dicen que el ceibo germinó.
Música: Eduardo Ponzio
Letra: Armando Tagini
Anahí (Folklore argentino)
Anahí,
las arpas dolientes hoy lloran arpegios
que son para ti.
Anahí
recuerdan acaso tu inmensa bravura
reina guaraní.
Anahí
indiecita fea de la voz tan dulce
como el aguaí.
Anahí, Anahí
tu raza no ha muerto, perduran sus fueros
en la flor rubí.
Defendiendo altiva tu indómita tribu
fuiste prisionera;
condenada a muerte, ya estaba tu cuerpo
envuelto en la hoguera,
y en tanto las llamas lo estaban quemando
en roja corola se fue transformando.
La noche piadosa cubrió tu dolor
y el alba asombrada
miró tu martirio hecho ceibo en flor.
Anahí,
las arpas dolientes hoy lloran arpegios
que son para ti.
Anahí
recuerdan acaso tu inmensa bravura
reina guaraní.
Anahí
indiecita fea de la voz tan dulce
como el aguaí.
Anahí, Anahí
tu raza no ha muerto, perduran sus fueros
en la flor rubí.
Osvaldo Sosa Cordero.